jueves, 28 de octubre de 2010

La historia de los panecillos

LA HISTORIA DE LOS PANECILLOS

7:30 de la mañana del 9 de Julio, suena el despertador y me despierto como si me hubiesen dado un martillazo en la cabeza, con los parpados pegados por las legañas y un tanto desorientado. Tardé unos segundos o quizás minutos en situarme… 9 de Julio… ese era el día en que partíamos rumbo a Portugal para ver en concierto al mejor grupo de la historia: Pearl Jam .
Cual robot realicé una seria de rutinarios actos como ducharme o desayunar mientras iba percatándome poco a poco de la importancia del grandioso momento que íbamos a vivir en escasas horas. Pero antes de eso había que llegar a Lisboa, y la verdad es que no está a la vuelta de la esquina ni mucho menos, pero bueno, nada que no se pudiera soportar con tal de oír “Black” en directo.
Pues bien me reuní con Gonzalo en su casa y mi padre nos llevo a la estación de trenes y entonces… OUCH!!, Gon se había olvidado la tienda de campaña, a pesar de mis insistentes y sabios recordatorios y tuvimos que dar la vuelta para cogerla. Pese a este pequeño incidente estuvimos de vuelta en la estación justo a tiempo de subirnos al tren que nos llevaría a Santiago donde nos reuniríamos con mi primo Santiago. ( Se lo que estáis pensando: Santiago de Santiago… esto debe ser un complot del gobierno) y de ahí directos a Lisboa y a Pearl Jam.
El viaje en coche transcurrió sin mayores incidentes, cinco horas y media escuchando a nuestro grupo de música favorito y con el concierto en el horizonte. Lo más remarcable de la travesía quizás fuera el hecho de que al traspasar la frontera, desapareció por completo la necesidad de pagar los peajes y de respetar los límites de velocidad ya que una multa puesta en Portugal no llega a España. Seguramente desarrolle más este tema en posteriores crónicas pero ahora no interesa demasiado para la historia que estoy narrando.
Entonces llegamos a Oeiras, pueblo colindante con Lisboa donde se celebraría el festival, sin ningún tipo de problemas en un tiempo que entraba dentro de nuestras previsiones, pero ahí se acabo nuestra suerte. Tras convencer a Gonzalo de que dormir tirados en un prado cualquiera no era una opción, nos dispusimos a encontrar el camping con el que el festival tenía un convenio y que se suponía que tenía que estar al lado de este. Nada más lejos de la realidad. Nos pasamos 4 horas dando vueltas por Oeiras, y cuando digo 4 me refiero a 4. Habíamos recorrido media península en 5 horas y media y cuando ya estábamos a escasos 2 kilómetros de nuestro destino, nos tiramos otras 4 para llegar a él. (Quizás también trate este tema en alguna crónica futura y el hecho de que los portugueses son las personas más bordes e ineficientes de Europa.) Pero bueno ni este, ahora sí, molesto contratiempo consiguió minar nuestro entusiasmo.
Así que entre una cosa y otra ya eran alrededor de las 11 de la noche. (Recordar que nos habíamos despertado a las 7:30) y el hambre ya comenzaba a hacerse patente. Bajamos a la cafetería del camping con intención de tomar una sabrosa y calentita comida portuguesa pero ésta ya había cerrado. Ningún problema, teníamos al lado un magnífico super/minimercado donde podíamos comprar un jugoso y nutritivo fiambre para bocatas…. O eso pensamos. Por el contrario sólo encontramos unas nada apetecibles latas de conserva, pan bimbo, cereales y cosas por el estilo. Y como si fuera una señal divina, en una estantería...unos resplandecientes y, en apariencia, deliciosos panecillos. Así que al final sólo compramos unas patatas fritas, pan bimbo( sin nada que meter dentro) y los magníficos panecillos en los que sobre todo Santi, y en menos medida yo, depositamos toda nuestra confianza para salvar lo que iba a ser una desastrosa cena.
Pausa.
Bueno pues me he tirado todo este rollo para llegar a este punto, en primer lugar porque si solo describiese la escena de la ingesta de los panecillos me llevaría unas 4 líneas y sobre todo porque necesitaba que entendieseis nuestro estado anímico y físico en ese justo instante: cansados por llevar 17 horas despiertos y la mayor parte de ellas viajando, y famélicos ya que nuestra última comida había sido un ridículo e insípido bocadillo 10 horas antes, y lo único que teníamos para cenar eran unos bollitos y una segunda opción, a la que esperábamos no tener que recurrir, que eran unas rebanadas de pan bimbo.
Quitamos el alambrito de la bolsa, la abrimos, nos repartimos un panecillo para cada uno y le dimos un mordisco esperando como mínimo que el sabor fuese algo neutro que simplemente llenase nuestros vacíos estómagos.
Nos quedamos los tres callados durante unas milésimas de segundo intentando rescatar algún pequeño atisbo de dulzura, amargura o cualquier otro tipo sensación gustativa… y entonces, todos a la vez, escupimos lo más lejos posible de nuestras bocas la cosa más insípida que habíamos probado en nuestras vidas. Pero no insípida con sabor 0, que te puedes comer sin que te guste a pesar de que no sepa a nada porque por lo menos cumple el objetivo número 1 de la comida que es quitarte el hambre, no, esto era un grado mayor de insipidez, digamos que en vez de nulo tenía un sabor negativo, y con esto no quiero decir que supiesen mal, sino que te robaban cualquier recuerdo positivo que pudieras tener de una comida pasada en tu paladar, absorbía tu saliva y te dejaba la boca como si te hubieses tragado una suela de zapato, sin sabor por supuesto, era casi como si te quitase la propia felicidad, las ganas de vivir.
Aún así Santi, que había sido el más acérrimo defensor de los malditos panecillos, les quiso dar una segunda oportunidad ya que habían sido una apuesta personal, y le dio otro mordisco al suyo, pero solo para comprobar otra vez en sus carnes que se trataba del alimento más asqueroso que el ser humano había creado en todo su larga existencia.
Así que los guardamos, por pena a tirar comida y para hacérselos probar a Ignacio con intención de torturarlo un rato y no ser los únicos subnormales que habían caído en la trampa de aquellos malditas creaciones de Satanás ocultas en cuerpo de delicioso manjar.
Solo decir por último que acabamos la noche devorando unas rebanadas de pan bimbo que aquel momento, en que ya nos habíamos olvidado de cómo sabían las cosas normales, nos pareció comida de dioses.
todo es poco ya que la noche siguiente pudimos disfrutar de uno de los momentos más inolvidables e increíbles de todas nuestras vidas , el concierto de los más grandes, el concierto de Pearl Jam.

No hay comentarios:

Publicar un comentario